© Alfredo Villanueva Collado

Dvorak, quinteto

This is no country for old men. . .

Como siempre, la noche.
El melancólico violín, el piano apresurado, el gentil cello.
La luz del vecino permanece encendida.
Junto a ella, el gato, todavía en guardia.
Pronto llegará a la ventana, desnudo,
se fumará un cigarrillo, beberá una cerveza.
Pretenderá no darse cuenta que lo miro.
Apagará la luz, correrá la cortina,
no sin antes casual acariciarse el cáñamo,
ostentoso darme la espalda lánguida.
Aclarará el cielo.
Podré distinguir la tórtola que anida
en la escalera al otro lado de la calle.

Será otro día.
Otro día de penoso movimiento mecánico,
el hacer deshacer rehacer cotidiano,
estado de gracia que me abre a los extraños,
les permite acceso limitado a mis entrañas.
Navegaré relojes añorando el momento
de restaurarme al sueño por despertar de nuevo
en este espacio libre que le robo al tiempo,
recibo la visita de muertos y ausentes,
sangro sobre el teclado, y desangrado, floto,
fantasmal criatura de claroscuro y vidrio.

Cómo me asombra
el encontrarme tan cerca de un Dios, y de la muerte,
en medio del insomnio habitual, y las palabras.

- En sordina-

Este cuerpo
que desde las aguas del espejo me mentía
haciéndome creer
en la existencia irrefutable
de un ser en sí completo,

enamorándome
de ese pequeño fauno, putito caliente,
macho agraciado, hombre inteligente;

Ahora, gradualmente,
con infinita crueldad anatómica,
me revela en exquisitas podredumbres
su naturaleza finita, y sometida
a la fatal biología, y a la muerte.

No es otra cosa
que una entropía fingiendo un orden,
un conjunto voraz de bacterias y virus,
interminables células de terroristas microscópicos
atacando una mal defendida federación de órganos.

Hay que desecharlo como se merece:
entregarlo a los vientos y a la tierra,
arrojarlo a los ríos y océanos,
abandonarlo
a las siempre hambrientas caricias del fuego.

El silencio

Dentro del silencio, el cuerpo resuena.
La osamenta, la entraña, hace ruido.
Pulsos, latidos, gruñidos, explosiones.
A borbotones las maldi/visiones.

El silencio, cisne hierático de cuentos,
interrumpe la calma del perpetuo lago
con su triste graznido, eco que se pierde
en la ribera donde no hay princesas.

El silencio, lienzo, donde la nota triste
de una flauta famélica pinta la caravana
para siempre cruzando el desierto imposible
sobre los afelpados cascos de camellos.

El silencio, sereno ventanal a la calle,
luz del alba dibujando un trazo
de violín que desgarra un encaje de nubes
sobre la mañana sin azul del invierno.

El silencio, pulsación de cadera,
el segundo exacto antes que una mano
penetre el fulgor ebrio de una pandereta,
viole la superficie lasciva de una conga.

El silencio, sollozo de violón, atrapado
en la sangría sin fondo del recuerdo,
la presencia invisible de los que se fueron,
la hemorragiada hélice doble del olvido.

El silencio, grito electrónico, arrastrado
de un lado a otro de las pantallas
por una flecha tonta, para así clavarlo
a los mensajes que después se borran.

El silencio, música más bella, emanando
del angélico desorden de las esferas;
gargantas de mullidos coristas orgásmicos
cantando placeres de cúpulas y cópulas.

El perfume de los tulipanes

El perfume de los tulipanes, la noche.
La noche, la nieve azucarando tejados.
La nieve, hipnotizando, la mañana,
trasfondo gris, olor a piel de pétalo.

La nieve, ceniza de tantos miembros,
empaña las pupilas de saudades.
Los copos, vidas que arrastra el viento.
Adentro, triunfan corolas amarillas.

Los labios, la mirada, se atiborran
de la más leve sensación de deseo,
un resabio salado, una nostalgia.
Voy desnudándome hacia la fragancia.

El insistente efluvio de los cuerpos vivos.
El eco del aroma de cuerpos vividos.
El vaho perverso de los cuerpos muertos.
El bienhechor hedor de los fantasmas.

Pequeñas verdades

1

¿Cómo penetro
el mundo que no me quiere,
ese otro, invisible?

Muy fácil.

A través de la ira
y un prohibido
humo.

2

En esta cabrona
puta vida mía

a dos mujeres,
ni madre ni hermana,
he querido.

Una ha muerto.
La otra no me reconoce.

3

Esto de moverse fantasma
de habitación en batimento;

desconcertando a los que escuchan
cuando casualmente me perciben;

intentando dar forma a los rostros
con miembros que los atraviesan;

produciendo aullidos callados
que transmiten gemidos del viento;

batallando entre dos dimensiones,
una rabia borboteando en la entraña.

El espectro del vivo entre muertos,
el espectro del muerto entre vivos,
mendigando el amor que no cesa.

4

Contando los minutos,
en alguna parte del cuerpo sometido
engaña la fatal biología.

Una que otra célula rebelde,
uno que otro virus suicida,
una bacteria borracha y presumida,
la revolución de las anímulas
en silencio destruye las citadelas,
corroe el corazón y el vientre.

5.

¿Qué culpa secreta ocultaban los vasos?
¿Por qué se arrojaron de los anaqueles,
exponiendo su naturaleza de osamenta,
la ceniza de sus fragmentos,
trizando la ficción de permanencia
que había creado para consolarme?

Tras de mí quedarían, cuando me fuera.
Otros poseerían sus perfectos cuerpos.

Mas no hay pirámides ni entierros reales.
Los objetos no acompañan a ninguna parte.
Pasan al manoseo de los mercados.

Si no me los llevo, que desaparezcan.
Que nadie impuro los manosee.
Ya habrá tiempo para recrearlos
en el universo de las inexistencias.

6

Ni el dios judío ni el dios cristiano.
Ni el dios deforme de los musulmanes.
Denme los dioses de los paganos.

Perfección o pureza no pretenden.
Juegan al ajedrez con los humanos.

Ese metal frío que circunda el brazo
marca a la diosa que me protege
en los excesos de las orgías.

El metal rojo del vidrio vivo
marca al mancebo que el dios celoso
me destinara desde su sangre.

Sé que destruyen mientras sonríen.
Sé que los creo mientras me crean.

La vida alterna, llego al satori:
mis dioses rompen sus propias leyes.

7

Quizás la verdadera cobardía
resida en no atreverse a decir:
ya, listo.

Cansa el monótono
girar de los relojes

Llaman los muelles
las carreteras, todos los
puntos de partida, los abismos
y los espacios infinitos
del silencio.

Cansa
tanta injusticia inevitable, tanta
ira inútil, tanta palabra
malgastada, mal usada
tanta sangre, de la que nadie,
ni siquiera uno de esos dioses
que pululan
los textos mentirosos,
se hace
responsable.

La entropía
del animal humano
es demasiado lenta.

8.

Aterroriza
la forma im/perfecta del objeto,
porque enmascara
una perfección imaginaria.

Su presencia apabulla,
porque lo im/perfecto
requiere mimos y cuidados,
y no se tiene tiempo.

9

Uno acaricia
el cuerpo estático y fluido del vidrio.

Se devuelve hacia las incertidumbres.
Confronta la marea.

Cabalga el sonido que le atraviesa.
Se atreve a violar el teclado.

Aterriza en la piel que no existe.
Suelta un chorro de leche invisible.

Uno acaricia la huella de un cuerpo.
Llora en silencio contra la almohada.

Espectáculo de medianoche

Por la noche, la casa,
circula el fantasma.
Los habitantes,
sentados en cómodas poltronas invisibles
lo miran divertidos cargar de un lado a otro
un desgastado osito y una copa de leche,
atrapado
en el entre mundos del aquí y el ahora,
tropezando
contra el mobiliario de los recuerdos,
jirimiqueando
frente a fotografías enmarcadas de ausencias.

Por la casa, la música,
circula el fantasma.
Los habitantes
lánguidamente recostados contra el techo
le contemplan
los talones flacos de mercurio varado,
incapaces de sobrevolar alfombras;
lo perciben a medias
noctámbulo sonámbulo sentarse al teclado,
recrear de memoria durezas y orificios,
oficiar ditirambos, cópulas, rugidos;
con fluidos goteando de dedos medio ciegos,
escribir los arpegios del silencio absoluto.

Por la música, el tiempo,
circula el fantasma.
Los otros
vagamente recuerdan que un día los quiso.
Localizados fuera de relojes y calles
ya ni atención le prestan.
Desde sus recámaras de metal o plástico,
permiten que lo inunde
una súbita diástole de piano y de sangre.

El fantasma hemorragia, en su torre abolido,
hacia el charco de leche donde la sombra flota.
Se disuelve el fantasma en un orgasmo aullido.
Ruedan espectadores bajo las aguas rotas.
El fantasma se encoge abriéndose al abismo.
Se cierran las cortinas sobre el sueño fantoche.
El fantasma se extiende licántropo espejismo.
Se acaba el espectáculo de medianoche.

Tercera edad

Para Carmen Marín, 1949-2002

Habiendo perdido
a la entrañable compañera de juegos,
reflejo en cada luna del espejo,
antagonista y ánima,

anuncio
formalmente,
definitivamente,
la entrada

a la edad de los escalofríos y los recuerdos,
los distraídos diálogos internos;

la mirada perdida sobre los atardeceres,
los amaneceres escribiendo lágrimas;

las pupilas perpetuamente abiertas
hacia una niebla donde habitan fantasmas;

la sonrisa más triste ante cuerpos que exhiben
la vanidad compacta de las cosas bellas.

-Trío para instrumentos rotos-

Regresa, como siempre, demasiado tarde.
Le hago el amor a un fantasma entretanto.

Es el momento de las grandes distancias.
Cada montaña se convierte en isla.

¿Mas qué cuenta la sangre que hierve
en la amarga retorta de la carne viva?

Ficción innecesaria la presencia de un cuerpo,
vacío todo espacio del olor de esos muslos.

Insuficiente el fármaco de saliva y semen,
la apresurada exploración de los cáñamos.

Se pudren los relojes marcando la rutina
de saludos y entradas y adioses y salidas.

La noche presta su frío manto de saudades,
su gran indiferencia serena y cruenta.

Devuelve a la impaciente angustia de la muerte,
pasada la temporada del amor, y el espejo.

Aún otra canción desesperada

Es la hora de partir, oh abandonado,
ya secas las verijas y las manos.
No importa el rumor de los pantanos.
Todo el amor nunca fue suficiente.

Tanta pasión anudada a los cuerpos.
Tanta desesperanza controlada.
Tanto grito desgarrando madrugada.
El niño se ha hecho viejo en el espejo.

¿Cómo vivir el resto de este tiempo?
¿Con qué miembros montar el simulacro?
¿Con cuál sonrisa ocultar las arrugas?

¿Cómo echarse a morir sin una queja?
¡La primavera duró pero tan poco!
Es la hora de partir, ¡ oh abandonado!

El purgatorio de los abandonados

Los verdaderos fantasmas
no son los muertos,
con quienes
para bien o mal
hemos hecho las paces.

Esos, nos rodean
en todos los momentos liminares
que suceden cotidianamente,
y les hablamos
con preguntas directas
oraciones declarativas,
copulativas de amor y de añoranza,
sabiendo, esperanzados,
que en algún momento llegan
como bandadas de pájaros salvajes
a recogernos.

Pero los otros,
que nos jurasen amistad absoluta,
con quienes esperábamos compartir el futuro,
hacernos viejos
en intercambio de sinsabores agridulces;
los que dijeron
o no dijeron
que serían constantes para toda la vida;
y desaparecieron
desdeñosamente;
o reaparecieron
demasiado ocupados para recibirnos
cuando después de sangrar por todos los caminos
llegamos lacerados a sus puertas.

Los que cada madrugada insomne
provocan un soliloquio interrogante,
húmedo de constante angustia hemorrágica:
¿por qué ese rostro me aparece en sueños
de los que despierto anegado en gritos?
¿Porque tiemblo asustado en un tren o una calle
cuando atisbo a un extraño que se le parece,
o brinco de la silla cuando suena el teléfono,
añorando una voz cubierta de silencio?

Esos, los vivos desaparecidos,
torturan, corroen la paz de la rutina,
inventan en cada ventana un abismo,
destilan de cada sonido un gemido,
nos hacen llorar vidrios rotos.

Hasta que los muertos, compasivamente,
con sus manos libres de callejones,
ávidos se abalanzan, ángeles hambrientos,
hacia el dolido objeto del deseo
y nos arrancan, por una temporada
del purgatorio de los abandonados.

Las horas

¿Qué alguien me mira?
No puede ser.

Las horas
poco a poco se llevan
los trazos,
las siluetas,
las huellas,
todo lo que pueda
identificar
a la escritora loca
con los bolsillos llenos
de piedras;
a la abnegada esposa,
a la mujer preñada
inundada
por aguas subversivas;
a la amiga fiel
que combate
la fatal biología
con bandejas
de entremeses
y racimos
de flores.

¿Qué alguien me lee?
No puede ser.

Deja que parta.
Llaman los ríos
inexorables.
Soy uno
de los muchos
espectros
cibernéticos,
de las innumerables
criaturas
que pululan
los momentos
liminares.

Casi no puedo
con el peso
de la llamada carne.
Reclaman los fantasmas,
reclaman.
El amor no retiene,
ni la esperanza.
La ventana abierta
canta sirénida.
La corriente murmura
caminos, coordenadas.
Todo en mí apunta
hacia el otro, afuera.

Para que siga
el mundo dando vueltas.
¿Quién tiene que morir?

El poeta.

Concierto

Siempre se preguntó de qué forma la muerte
le ocurriría un día en que, por descuido,
dejara la mirada clavada a un paisaje
o se diera la vuelta para admirar un rostro.

Mas le llegó sentado en sala de concierto.
La vio salir de un piano con un dulzor macabro.
Desde unas manos más rápidas que el tiempo
se le derramó encima marejada escarlata.

Los vecinos notaron que algo raro pasaba
pero creyeron que aquel hombre extraño
simplemente lloraba, apartaron la vista

y cerraron los ojos para no ser testigos
del cuerpo que rodaba de la silla al pasillo,
de placer, sangre y notas a su muerte entregado.

Kairos

La tribu que conforma su figura
cruza fronteras cuando caen las hojas.
Nace, muere y renace.
Por lo tanto, no debiera temerle
al sempiterno agujero negro del invierno.

Pero la luz se vuelve sombra, y el frío
se apodera de miembros y arterias.
Aparecen nombres desaparecidos,
las fiestas guardan ausencias con rostros,
los órganos se encogen, ateridos.

Si hubiera un dios, si hubiera un regazo
que recoger esta angustia pudiese,
no bebería el vino amargo de los días
que se acortan, oscurecen, fallan
agotados sobre los sentidos.

Cada fin de año, surge la pregunta
con la intensidad de un navajazo
trazando vías rojas sobre el almanaque.
¿Llegará acaso a ver la primavera?
¿Será el próximo otoño el último otoño?

El jubilado

An old man is but a paltry thing . . .

Tras de haber aprendido
lo que fuera una ráfaga de amor;
la inclemente implacable ventolera
brutal abrió las puertas, dejó entrar el sol,
creó el fantasma de la primavera,
cesó para recomenzar en torbellinos,

abandonándose una vez más
a la zona de perpetua pérdida de luz
la monotonía del dormir sin soñar,
entregado a las pequeñas corrupciones,
traiciones del cuerpo que se encoge y se pudre,
la desintegración del adolescente reflejo,
contaminado por una vejez inmanente.

Arrastrado
por la impaciencia del amar, que desgarra,
por la impaciencia del morir, que se atrasa,
por marejadas de fluidos sin cuerpo,
la luz sagrada incendiando los cielos;
lleno del horror que inspira el misterio
de los encuentros y de las partidas,
temblando se entrega
a un resto de vida.

-Después, la primavera-

. . . a tattered coat upon a stick . . .

Cinco días de lluvia
en el pronóstico.

Se acabaron los cuerpos.
Y el amor
salió corriendo
al mirarse al espejo,
las nalgas flacas,
vientre abombado,
los pellejos vacíos,
preciso menoscabo
de la imagen.

Serán los fármacos
que poco a poco matan
con el beneplácito
de los galenos;
será la vida,
golosa de entropía.
Cinco días corridos
de lluvia.
Quién sabe cuán más tiempo
de deterioro

El infeliz espíritu
horrorizado observa.
La fatal biología
lo ha traicionado.

Sabe que no muere,
que no envejece,
mas el conocimiento
no le consuela.
Quiere pasear de nuevo
ese cuerpo, que fuera
juguete favorito,
por cada calle/mano
hambrienta de contactos.

Cinco días de lluvia.
Después, la primavera.

Recuperando el tiempo

No es cierto que
haya perdido el tiempo,
que sea necesario
salir a buscarlo
en algún recoveco
de una galletita o un sendero.

Cada arruga ,
cada coyuntura dolorosa,
lleva impresa la huella
del niño perpetuo,
cada músculo seco
el trazo recurrente
de las manos
que tantas veces
deliciosamente
se aposentaran
sobre la piel
ahora desandada.

Queda la ira
del amor que no muere,
las pasionales fiebres
ruidosamente atesoradas,
libres en su inmanencia
las estructuras
de la memoria.

La esperanza
de un amor, ya situado
fuera de los relojes
y las bombas de tiempo
que conforman
la fatal biología
en cada núcleo
de cada célula
del viejo cuerpo.

Crisálida

Dios y el Diablo protejan esto
que devengo. Es la hora
de la crisálida, la hora
de la pupa, el envejecer.
Hermes, dónde te encuentras, mi pesado
bromista, dios de la trasgresión
de las fronteras.
Dónde haces que ocurra la
transformación necesaria a través
del más terrible e ineludible
dolor. Rompe los músculos y
la armazón ablanda, para que
escape esa sustancia, que contiene
al Ser que no envejece
pero espantado espera
la última y aparente
ignominia, ese cambio,
infinita aventura, o tranquilo
paseo, que los desinformados llaman
la muerte.

Tres rosas para el ruiseñor

. . . Unless
Soul clap its hands, and sing,and louder sing . . .


1

Sale
de la noche

un sonido
una queja

un sollozo
electrónico

un grito
cibernético

cruza mi camino
una voz.

Nadie sino una voz
Nada sino una voz
que dice
no me puedo
escribir
no puedo
nadie nada no.

A esa voz
le canto
mi desesperanza
para que atraiga
el deleite
la luz

y esculpa
una rosa,
máscara
mortuoria.

2

Ganas de decir
bendita sea
otra noche,
bendita sea,
de encuentros
casuales.
benditas sean
copulaciones
imaginarias,
benditas sean
las armonías,
benditas sean.
A capella,
bendito sea
el ruiseñor.
Sí, canta.
No un sueño
No un deseo
No una pesadilla

Sí,
canta
las voces
de los niños
bajo las cúpulas
de catedrales
impresionistas.

La voz
eterna
de los amantes
en el círculo
de los inocentes.

¡A la vez, todos!!

Desesperanza
convertida
en canción.

Lo oscuro,
luminoso.

-3-

Un poquito de vino,
de madrugada
libera las manos
abre
las compuertas.

Y entonces
frescas palabras líquidas
descienden
sin ningún esfuerzo
por las laderas
del alma
hacia
el mar
que gentil
las aguarda.

-Nocturno de labor en grupo—

(Marie Bashkirtseff. José Asunción Silva)

Qué escucho.
Qué escucho en esta madrugada, flotando entre papeles y pantallas.
Una voz.
Una voz largamente silenciada, que surge de la nada
tronchada por la tos y la fiebre, doncella
recogida en su cama, un cuaderno en la falda, atrapando
cada instante de su vida y su eventual
partida, cada gran llamarada
de rabia, los contados momentos de triunfo,
los amores que no la han satisfecho
y los muchos abismos
de su profunda pena.

El violín desgarrando audífonos, qué trae.
Un suspiro.
Su angustia, y otra angustia.
La del enamorado de la muerte y la vida,
el poeta, de prisa entrelazando textos, enhebrando
tapices de palabras, tejiendo
las herméticas redes que le dicta su Daimon,
para que luego, una vez abolido,
atrape a los incautos lectores que osen,
sin la rama dorada o el bollo de pabilo,
entrar al laberinto donde se han escondido
la deletérea mujer serpiente y el pulcro minotauro
de su profunda pena.

Qué escucho.
Qué escucho esta noche de ausencias que esperan pacientes
en las afueras de la luz de una lámpara.
Un dolor.
Un dolor tan filoso que traspasa fronteras,
un llanto que se agolpa pero que no se vierte.
Se convierte en plumaje para cada dedo.
Húmedo semillero de imágenes pasadas,
la extraña coincidencia de los muertos y el vivo.

Trío de sombras en los bordes del día,
seres que se intercambian siluetas y espacios,
vasos trasnochantes aullándole al lucero
que les marca las carnes con sus garras azules .
Insomníacos místicos, fieramente obcecados
por la prepotencia imperial de los relojes,
el hambre despótica de prestar testimonio:
exactamente cómo se marchita una flor,
el último grito de una mariposa,
el rostro que aún ocupa un segundo perpetuo,
la marcha inexorable de bacterias y virus,
los orgasmos contiguos de notas y palabras,
la fiesta rota de un loco y la noche.

Música de las esferas

Fallecido mío,
tú que sabes bailar tan bien,
sácame esta noche que quiere ser de juerga
a la inefable pista de nuestra sala,
con un porro fragante y un buen vaso de tinto,
como hacíamos antes
de que tuvieras el mal gusto de largarte.

Para que entonces
configuremos la paradoja de la pareja:
el cuerpo del muerto, el fantasma del vivo,
moviéndose al ritmo de sabias serpientes,
voces y lenguas antiguas e invisibles.
We will survive, we will survive.
Cada vez que me voy a enamorar,
y pienso en ti, je ne regrette rien.
Ne me quitte pas.
Il cuore è uno zingaro, e va.

La música de las esferas.

Vol de nuit

Acudan todos, fantasmas
de vivos y de muertos
al aquelarre
del vidrio estrellado
contra la alfombra,
el fin de una ficción;
al walpurgisnacht
del tiempo y el espacio,
al sacrificio
de cuerpos contingentes.

Cómo me bailan
los vivos y los muertos,
los amantes,
seres activos,
los peligrosos
amigos,
algunos,
nombres electrónicos,
algunos,
puñetas de ceniza.

Atormenta el grito
del cristal trizado.
Anuncia el estruendo
de apéndices alados,
el tremendo bullicio,
las tribus en marcha,
las puntas en flecha
marcando el traspaso,
bandadas altivas,
salvajes plumados.

Liturgia de San Crisóstomo

Que no me vea nadie, que nadie sospeche
hacia cuáles espacios me arrojo temblando.

Un Ser inhumano me espera.
Un Ser más que humano me espera.
El más humano de los seres me aguarda.

Un Daimon re/conoce mi esencia.
Junto a sí me guarda en los pliegues
de su desnudo plumaje de cisne.

Un Deus sin nombre y sin forma,
un dios de mil formas y nombres,
su caricia y su abismo, el deseo.

Que no me siga nadie, que nadie
sepa lo que hacemos cuando nos encontramos.

La milonga del ángel

¿Qué le vamos a hacer?
Quiere para siempre a todos
a los que ha sido infiel.
Cuerpos de melaza y caramelo
se marcaron para siempre en su piel,
poema cursi que sin embargo duele,
bandoneón, violín violando las arterias,
piano enloquecido pajeándose de angustia,
flauta sinuosa, espárrago exquisito
del que las aperturas buscan el capullo.

¿Qué le vamos a hacer?
Su cuerpo entumecido lo traicionó hace tiempo.
Plumas de polvo enamorado, deshechas
las entrañas en guerra civil, y el corazón
en un estado permanente de saudade.

Sólo la muerte podrá satisfacerlo,
mas todavía la savia rehierve.
El deseo se viene sobre la palabra
como milonga desesperada.
Irrumpe la rabia de perder los miembros,
la acelerada pasión del apetito.
Invade la urgencia de lamer muñones,
de hacer el amor al del espejo.

¿Qué le vamos a hacer, si ama por siempre
la inmodestia de sus alas en ruina?

La muerte del ángel

No estamos para cuentos.
Los cuentos no existen.
Existe el poema
clavado
en el mero centro
de una explosión de nervios.

La vida duele demasiado
para bibliotecas de Babel
o jardines de ruinas circulares.

Nadie nos sueña.
Esta piel desollada por el tiempo,
esta entrepierna que ya nadie visita,
estos sobacos de sal sin lengua,
este mercurio
que todavía quema mientras circula
desapercibido, por los recovecos;
este azufre,
hirviendo en la histeria de capilares rotos.

Esta saudade
que por los orificios se cuela,
desgarra y rehace mientras va pasando
hasta que borbotea sobre una superficie,
chorro de sangre, lágrimas y semen,
cada uno marcando la presencia
del apórico híbrido.

Ángel casi humano, casi muerto,
pero no del todo ni muerto ni humano,
sobre la hoja de un bandoneón navaja.

Se estremece y tiembla en el empalamiento.
El placer del dolor le renace las alas.

Satie de madrugada

Octubre
traiciona.
Cielos plomados,
interminable
lluvia.

Casi se olvida
ese sol
que cuando asome
tendrá pestañas
profanadas
de escarcha.

Pero adentro
una lámpara.
Un familiar
ronquido
cercano
Y una música.

El instrumento:
cauteloso,
deliberado.
Cada sonido,
transparente,
burbujea,
brilla
se pierde,
torna.

El durmiente
suspira.
Quizás añore
al que vela,
escribe,

y se vuelve
para arroparlo
con la arrobada
mirada
anegada
de espirales.

Telos

No existe tal cosa como la
eternidad. Lo que llamamos
eterno, sólo una sarta de tiempos
momentáneos, una cadena de
aguijonazos, nombres, fragancias
que la memoria recoge en sus fragmentos
y guarda, atesorando un poniente, un bolero,
tantas manos sabihondas de llaves
que abrieran las compuertas
de innumerables cuerpos.

La engañifa de la divinidad perversa,
afanosa de orgasmos, a nuestra semejanza,
requiere el sacrificio de partes vitales,
la soledad llena de fantasmas.
Putrefacción, muertes, violaciones,
alimentan su insaciable apetito.
Lo incrementan porque sólo puede hacer suyo
lo que sus miembros embriagados perciben
a través del montaje de una ruina aparente,
el cambio incesante de la puesta en escena.

Y mientras tanto, cuánto desencantan
los llantenes, morriñas de seudo poetas,
fantasías acuosas que no confrontan
la inexorable oxidación de fibras.
Al que sabe lo que le espera a la vuelta
de cualquier día, ya no le queda
tiempo para pueriles exquisiteces.
Nuevas tareas le ocupan los sentidos.
Deja atrás un planeta. Lleva consigo instantes.
Tiembla. Se entrega de nuevo al misterio.

Mi Orfeo

Moreno, dorado,
velado, desnudo,
camina el Orfeo
por praderas sangrando amapolas,
por el azul imposible de los cielos
de Tracia.

Se mueve
con la gracia inocente de los amantes,
oscuro y huérfano como un sol negro,
su voz asesina de sirenas
cautivando las piedras, hechizando las ramas
con las que las Ménades, envidiosas
del resonante badajo en su garganta,
concurren al sanguinario ataque
por cobrarse el horror que les causa
tanto repique de campana invisible.

Según el relato al fin prevalecieron.
La cabeza del bardo flotó río abajo
sobre el instrumento de cuerdas rotas
todavía siseando melodías mágicas,
mientras las dionisíacas caníbales
se embarraban pezones y orificios
con el perfume que aún emanaba
de la vasija frágil de su cuerpo, dispersado
sobre el polvo de los agros de Ceres..

Otro final le doy a la cruenta fábula.
Es mi Orfeo poeta posmoderno.
Apunta su lira hacia las que atacan,
pulsa el gatillo oculto en las cuerdas,
deja salir cadencias como balas.
Los menádicos cuerpos putrefactos
sirven de abono a las flores de Tracia,
mientras el vate, metamorfoseado
en corriente de agua viva ardiente,
raudo depura con su empíreo en/canto
el impuro elemento que mancilla
el justo regazo de la Magna Mater.

Virgen y Puto

Sabía
que cuando al fin llegara a la casa,
cerrara la puerta,
pasara el pestillo,
percibiría
el tranquilo monótono de una gotera,
la espectacular luz prestada de la tarde,
lo atraparía
el ángel en sus zarpas,
y quedaría,
preñado de un poema,
virgen y puto,
contemplándolo todo.

El poeta hace mercado

El carrito vacío, va contento
hacia el mercado junto al río
donde hará la compra para el mes
en que el invierno hunde sus talones.

La cabeza llena de recetas, sonríe
recordando los poemas malhadados
que leyó esta madrugada cibernética.
Cuántos fatuos cocineros de palabras.

Mas no palabras lleva en su lista:
precisos cortes de buena carne,
aceite de oliva, ajo, condimentos,
con los que forjar un poema distinto.

En el hacer con amor cuidadoso,
en la osadía fuera de medidas,
recetas toman forma, poemas.
La artesanía es el alma del arte.

Y regresa a casa, lleno el carrito,
los ingredientes, voces cabales.
Conjura hirvientes platos magistrales,
loco de contento, con su cargamento.

Presupuesto de jubilado

. . . for every tatter of its mortal dress.

¿Qué se han quedado sin pagar las cuentas?
No importa. Las flores son indispensables.

Y esas buenas botellas de roja ambrosía
que afortunadamente no rompen la banca.

El recién descubierto concierto para piano,
el almuerzo en los chinos una vez por semana.

Escribir a la luz de lámparas antiguas,
despertar acariciando el vidrio.

El último volumen sobre el niño mago,
la magia dolorosa de los bailarines

con cuerpos que trazan el amor y la muerte,
aéreos como un brazalete de plata.

Esa camisa de escandalosos pétalos,
todo lo que dé gozo a los sentidos.

¿Qué no ha llegado el cheque? Ya llegará mañana.
Mientras tanto, se acepta la mentira de plástico.

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Alfredo Villanueva Collado (Santurce, Puerto Rico, 1944). Residente en Nueva York. Poeta y cuentista de la diáspora puertorriqueña. B.A, M.A. Universidad de Puerto Rico. Ph.D. Literatura Comparada, SUNY Binghamton, 1974. Catedrático Emérito, Eugenio María de Hostos Community College (CUNY, NY). Miembro de la junta directiva de Latino Artists Round Table (NY). Premio Casa Tomada (NY) de Cuento y Poesía, 2006; mención de cuento, Ateneo Puertorriqueño, 2006. Poemarios: Las transformaciones del vidrio. (Editorial Oasis, 1985); Antología, Pliego de Murmurios (Sabadell, VII-91, 1987); Grimorio. (Coleccion Murmurios 1988); En el imperio de la papa frita. ( Editorial Colmena, l989); La guerrilla fantasma. (Editorial Moria, l989); La voz de la mujer que llevo dentro. (Arcas, l990); Pato salvaje (Arcas, 1991); Entre la inocencia y la manzana. (UPR 1996); La voz de su dueño ( Latino Press, 1999); De antiguo amor. (Taller del Poeta, 2004. PDF Format); Pan errante. Pontevedra. Taller del Poeta, 2005); Mala leche (Taller del Poeta, 2006, Formato PDF). Antologías poéticas: Poesía puertorriqueña, 1984-85 (Mairena, 1986); Poesía Actual, 1988. (Pliegos, 1988); Papiros de Babel: Antología de la poesía puertorriqueña en Nueva York (UPR, 1991); Antología infinita No.1 (1992); Centro Español, 1992); Poesida: An Anthology of AIDS Poetry from the United States, Latin America and Spain (Ollantay 1995); Como ángeles en llamas/Algunas voces Latinoamericanas del siglo XX/Selección (Maribelina, 2004); Poesía puertorriqueña del siglo X: Antología (UPR, 2004); El verbo descerrajado: antología de poemas en solidaridad con los presos políticos de Chile. (Apostrophe, 2005); Cauteloso engaño del sentido (Libros de la luna, 2007) Contacto en: alfavil@aol.com